El mundo árabe tres meses después

29/Mar/2011

La Vanguardia, Patricia Almarcegui

El mundo árabe tres meses después

ANÁLISIS La desidia de Occidente y sus únicos intereses económicos han permitido unos regímenes lamentables
28/03/2011
PATRICIA ALMARCEGUI
Profesora universitaria
Tres meses después de la inmolación del tunecino, Mohammed Bouazizi, cuyo nombre habrá que citar repetidamente, que desató la oleada de revueltas en el mundo árabe, los países que las secundan continúan avanzando hacia su resolución democrática. Las formas que van adquiriendo y los procesos por los que van pasando, tan diferentes entre sí, muestran la complejidad y la pluralidad de los países que engloban dicho mundo. Un universo que tan solo hace tres meses presentaba una imagen homogénea, todos parecían defensores fanáticos de la religión y el despotismo político, y que, sin embargo, ha resultado uniforme en el apoyo de sus jóvenes manifestantes contra el hartazgo y los valores de los gobernantes. Lo que esperábamos hace años que estallara finalmente ha estallado y la explosión ha puesto en evidencia tres cosas. La persistencia de la política exterior europea y occidental en algunos de sus errores. Unos acontecimientos insospechados que inauguran nuevas actitudes y, con ellas, nuevos comportamientos. Y algunas falacias que deben desmontarse antes de que se conviertan en futuros estereotipos con los que interpretar los actuales hechos y los venideros.
La necesaria intervención en Libia, de momento esperanzadora, ha mostrado en primer lugar la falta de una política exterior común en la UE, a punto de no ponerse de acuerdo y tener un mismo objetivo. Asimismo, la necesidad del beneplácito de EE.UU. para activar dicha defensa, quien finalmente ha delegado en la OTAN. En este sentido, ¿cómo es posible que la maquinaria internacional de la ONU haya tardado un mes en tomar una decisión? ¿Cuántos civiles han muerto entretanto? ¿Por qué el Consejo de Seguridad mantiene esa falta de elasticidad y dinamismo, no habría que revisar, por ejemplo, el derecho de veto? ¿Cuáles son las razones para intervenir en un país y dejar a otros expuestos a las decisiones estertóreas de sus autócratas? O dicho de otra forma, ¿por qué se seleccionan sólo unos determinados escenarios del dolor en el mundo? Hay que terminar con el régimen de Gadafi, no sólo para la democracia de Libia, sino también para atajar los posibles perjuicios de las revoluciones en Túnez y en Egipto. La Alianza se seguirá haciendo cargo del bloqueo naval y se encargará de asegurar la zona de exclusión aérea, esperemos que luego todo se pueda dejar a la población rebelde sobre el terreno.
Por lo que respecta a los demás países de las revueltas, hace falta reflexionar sobre quiénes son y dónde se encuentran los opositores a los regímenes dictatoriales, cuyo papel es fundamental a la hora de la alternancia política. En unos países, cuyos dirigentes han permanecido decenas de años en el poder y no han permitido el pluripartidismo, la dificultad para organizar una oposición es evidente. Esperemos que esta se vincule a la población más joven y que se sienta representada, pues es ella al fin y al cabo la que ha organizado las revoluciones y también ha cogido por sorpresa a las viejas oposiciones, notablemente debilitadas por los regímenes dictatoriales. Así en Yemen, el presidente Saleh ha pedido a los jóvenes que se organicen como partido político. Y en Marruecos, bajo el paraguas de la juventud se ha conformado una coalición heterogénea de izquierdistas, sindicalistas, defensores de los derechos humanos e islamistas del movimiento ilegal Justicia y Espiritualidad que parecen compartir los mismos objetivos.
Las nuevas falacias sobre el mundo árabe se sustentan, como las antiguas, en el miedo y en la ignorancia. La primera es la idea de que una vez eliminados los dictadores en el mundo árabe, al Qaeda va a ocupar sus puestos. Lo ocurrido en Túnez, Egipto, Libia y otros países muestra el fracaso ideológico y político en el mundo árabe de la red de Bin Laden y, en general, del yihadismo. La organización opera hoy desde zonas desérticas como el Sahel o países no árabes como Afganistán y Pakistán. La segunda, y que más cartas tiene para convertirse en inamovible, pues apela al poco conocimiento que tenemos de la historia (se piensa equivocadamente que las diferentes ramas del Islam han vivido siempre enfrentadas) y remite a conflictos religiosos, es la del chiismo. Que, de nuevo, se asocia únicamente con Irán y este, con Ahmadineyad. Así todo chiita se erige como defensor del actual presidente iraní y del islamismo radical, y defiende los regímenes religiosos extremistas y faltos de democracia. Tal y como sucede en Bahrein, donde la excusa de la mano oculta iraní, que defendería a la población rebelde chií contra el régimen gobernante, ha justificado la llamada a las tropas del Escudo de la Península, la fuerza de los seis miembros del Consejo de Cooperación del Golfo (CCG) concebida para repeler una eventual agresión exterior. Es así como las revueltas comienzan a asociarse de nuevo con conflictos religiosos, lo que Occidente ha preferido llamar eufemísticamente choques civilizatorios, volviendo a crear bloques enfrentados y oponiendo un bueno frente a un malo. Un discurso a veces tan simplista que se asemeja al del mismo Gadafi quien ve la intervención en Libia como una agresión contra todo el mundo árabe.
En definitiva, la desidia de Occidente y sus únicos intereses económicos, que hoy se revelan como equivocados, en el mundo árabe y musulmán han permitido unos regímenes lamentables. De allí que lo que está sucediendo sea también una posibilidad de aprendizaje de los errores y de cambio en las políticas. Occidente ni empieza ni acaba las guerras y debe dejar que las revoluciones que han surgido desde las profundidades de las sociedades árabes continúen sus procesos.